El Dios que habita en mí
Una obra de honestidad y valentía
Descripción:
Una obra que plasma los diálogos inconscientes, que forman el caos mental en que viven sus personajes, basado en ideas falsas que adoptaron acerca de ellos. Este diálogo se torna en una introspección profunda, que despierta la parte hermosa y perfecta de su consciencia que parecía estar muerta.
Prólogo:
Una mañana, mientras almorzaba en un restaurante, escuché charlar a tres jovencitas; estaban muy atentas en sus diálogos cuando noté que su plática giraba en torno a cosas como qué chico las estaba cortejando, a dónde saldrían, quién era el más guapo de sus amigos, qué vestido lucirían, qué fotografías tomarían.
Por un momento imaginé que si pudiera entrar en el pensamiento de estas jóvenes, me gustaría que su plática girara en torno a ellas mismas, que su atención estuviera en sentir la plenitud de su existencia, en la realización de su consciencia, en la hermosa magia de su vida.
¿Cuánto tiempo desperdiciamos persiguiendo personas? ¿Cuánto tiempo malgastamos en mendingar atención de otros? ¿Cuánta energía derrochamos en que otro nos mire, nos apruebe, nos elija, nos sustente, nos dirija…?
Creemos que tenemos la eternidad por delante, despilfarrando la vida, gastándola en nimiedades. Ojalá nos diéramos cuenta de lo que somos por dentro, de lo que somos capaces de ser cuando vivimos… en nuestro Dios interno.
Ojalá nos diéramos cuenta de qué estamos hechos, dejarnos de tanta porquería transitoria, ilusoria, que nos desvía, que nos despista de mirarnos de nuevo por completo.
¿Para qué tanta vida, si la marchitamos sin siquiera vivirla? ¿Para qué tanta belleza, si es superflua? ¿Para qué la existencia, si esta hueca? ¿Para qué tanto conocimiento, si yo no me conozco a mí mismo, si no me tengo?
¿Para qué tanto rezo, si no sé quién soy yo, si no sé lo que quiero, lo que realmente anhelo? Es una lástima que se nos apolille el cuerpo de lamentos, desilusiones, apegos, remordimientos, si no hacemos ni queremos hacer nada al respecto, si vivimos vacíos, sin nuestro centro perfecto.
Es una pena que demos quejas, que enseñemos lástima, que la autocompasión sea nuestro velero; que la comparación sea nuestro parámetro de crecimiento, que la justificación nos domine. Que el autoengaño nos detenga.
Es realmente una pena que no nos importe nuestra existencia, que no nos esmeremos en comprenderla, en conocerla; que no concienticemos nuestros actos, que pasemos de largo, tantos ratos amargos. Que estemos tan sedientos, tan secos por dentro.
Es compromiso de todo ser conocer su presencia, tocar el máximo éxtasis de su existencia, palpar la gracia con sus dedos; hacer explotar el espíritu que lleva dentro. Extender la visión de estar despierto, brillar más allá… de sus supuestos desaciertos.
Belinda